Época: Arte Antiguo de España
Inicio: Año 150 A. C.
Fin: Año 350

Siguientes:
Antecedentes
Las razones de los juegos
Los géneros teatrales
El interés por el circo
Los ámbitos arquitectónicos

(C) Miguel Angel Elvira



Comentario

A modo de prólogo, y tomándonos una licencia histórica, dejemos que nuestra imaginación nos lleve hasta la antigüedad: supongámonos en el año 39 a.C., en la recién fundada colonia de Urso -hoy la andaluza Osuna- y entremos en su flamante curia. Allí se halla reunido el concejo, u ordo de los decuriones, y todo son por el momento conversaciones informales. Unos charlan sobre las obras de los templos, otros evocan con cariño al fundador, Julio César, cuyo asesinato aún no se explican, y alguno, con cautela, emite una opinión laudatoria sobre Octavio -el futuro Augusto-, que acaba de tomar posesión de Hispania a expensas de Lépido.
Pero pronto empiezan a centrarse los ánimos en el asunto para el que se han reunido. Han pasado diez días desde que tomasen los magistrados anuales posesión de su cargo, y por tanto se impone sin más demora la comunicación, por parte de los duunviros, del programa de festejos para el año que comienza. Esperando su llegada, todos los presentes evocan recuerdos y proyectos. Varios tuvieron ocasión, antes de embarcarse en la nave que los traería a Hispania, de contemplar los fabulosos e inigualables juegos que César dio en Roma en el año 46 a.C. Entre unos y otros, reconstruyen con nostalgia aquellas fechas que que nunca olvidarán: el combate de gladiadores que se dio en el foro; las representaciones teatrales que podían contemplarse en todos los barrios; las danzas; los ejercicios de equitación; las competiciones atléticas en un estadio edificado tan sólo para esos días; la batalla naval en un estanque también construido ex profeso, y, sobre todo, los fastuosos espectáculos del Circo Máximo, para los cuales "se agrandó la arena en los dos sentidos, se la rodeó con un foso, y jóvenes de la nobleza hicieron evolucionar cuadrigas, bigas y caballos amaestrados... Se dedicaron cinco días a cacerías y se terminó con un combate entre unas tropas, compuesto cada bando por quinientos infantes, veinte elefantes y treinta jinetes" (Suetonio, "Divus Iulius", 39; trad. de V. López Soto). Bien justificada estuvo la enorme afluencia de gente, que provocó incluso muertes por aplastamiento o asfixia en el entusiasmo de las masas humanas.Obviamente, nada de esto es imaginable en la pequeña Urso, aunque tales imágenes planeen como un ideal remoto en la mente de los decuriones. Más cerca está, como posibilidad asequible, el conjunto de espectáculos que uno de los presentes contempló, cuatro años atrás, en una visita a Gades: fue cuando el riquísimo magnate hispanorromano L. Cornelio Balbo -el mismo que hace unos meses, a fines del 40 a.C., ha ocupado la función de cónsul en Roma- hizo dar unos magníficos combates de gladiadores, y puso en escena una fábula praetexta (es decir, una tragedia con tema histórico romano) en la que se narraba un pasaje de su vida. Fue muy emocionante ver al propio Balbo deshacerse ostentosamente en lágrimas ante el recuerdo de su brillante pasado como fiel partidario de César (Cicerón, "Ep. Fam.", X, 32).

En fin, pronto se verá lo que se puede hacer: por la puerta acaban de entrar, precedidos de lictores y envueltos en sus nuevas togas praetextas con orla purpúrea, los quattuórviros. Delante van los dos duunviros, verdaderos cónsules de la colonia; detrás, los dos ediles, encargados del aprovisionamiento y del orden público; e inmediatamente los cuatro, respondiendo a los saludos de los presentes, toman asiento en sus sillas curules de marfil.

Tras las fórmulas introductorias de rigor, y una vez comprobado que están presentes al menos dos tercios de los decuriones, levántase uno de los duunviros y pasa a exponer el programa, elaborado en común entre los recién llegados a la luz de la ley fundacional de la colonia.

Para empezar, señala que los dos duunviros, deseosos de celebrar los juegos oficiales que les corresponden con la mayor pompa posible, han decidido dar conjuntamente el festejo "en honor de Júpiter, Juno, Minerva, los dioses y las diosas" que cada uno debe organizar "por espacio de cuatro días, durante la mayor parte del día con combate gladiatorio o representaciones teatrales": darán un día de gladiadores y tres de teatro, si no tiene nada en contra el ordo de los decuriones.

Para ello, unirán las asignaciones de 2.000 sestercios que a ambos les corresponde tomar de la caja pública, y cada uno añadirá hasta 7.000 sestercios -muchos más de los 2.000 que la ley señala como aportación mínima-. Inmediatamente pondrán estas sumas en manos de los magistri de los templos designados para tal fin, y estos se encargarán de gestionar el gasto ("Ley de Osuna", LXIV, LXX y CXXVIII).

Tras los aplausos de los presentes, el duunviro continúa su exposición. Les toca el turno a los juegos organizados por los ediles, quienes han de dar "un combate gladiatorio y unas representaciones teatrales, en honor de Júpiter, Juno y Minerva, por espacio de tres días, durante la mayor parte del día, y por un día, en el circo o en el foro, en honor de Venus" ("Ley de Osuna", LXXI; trad. de P. Piernavieja). En este caso, se ha decidido una solución distinta, y los ediles actuarán por separado, en fechas diferentes. Cada uno tomará de la caja pública los 1.000 sestercios que le asigna la ley, pero uno se limitará a poner de su bolsillo 5.000 sestercios -lo que no es poco, pues el mínimo exigido es de 2.000, como en el caso de los duunviros-, y por tanto anuncia juegos con números bastante económicos, como recitales de teatro, combates de púgiles, cacerías o carreras de bigas y caballos. El otro, en cambio, parece decidido a hacer méritos: entregará a los magistri hasta 30.000 sestercios de su fortuna particular, con lo que bien podrán éstos buscarle gladiadores de renombre, cuadrigas y una buena compañía teatral.Llenos de entusiasmo, los decuriones se ponen en pie. Más de uno tiene ya decidido a quién votará el año próximo en las elecciones a duunviros. Ya sólo queda dar lectura a las propuestas de juegos privados, que habrán de celebrarse a expensas de los solicitantes: tres adinerados ciudadanos desean dar juegos gladiatorios en honor de sus difuntos padres, y otro, particularmente devoto y leal, quiere dedicar a Venus -patrona de la ciudad y de César- unas carreras de carros y un festín público. Los decuriones, sin excesivas dudas salvo en el caso de uno de los solicitantes, tachado de antiguo pompeyano, acaban por dar su visto bueno, y todos se despiden esperando las primeras fiestas del programa.

Si hemos querido exponer con cierto detalle el posible desarrollo práctico de la "Ley de Osuna", combinándolo con otros datos complementarios, es porque dicho texto legal, otorgado a la recién fundada colonia en 44 a.C., supone un verdadero hito en la historia de los espectáculos públicos en nuestra península.